De golpistas, desestabilizadores y el Presidente con “vena hippie” que sigue irritando a Cristina Kirchner

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Acto 100 años de YPF - Tecnópolis - Alberto Fernández - Cristina Kirchner
Hace rato. Cristina Kirchner se esfuerza para entender a Alberto Fernández. (foto Franco Fafasuli)

La semana empezó arrastrando una polémica del lunes pasado: ¿fue o no fue “golpista” el comunicado de Juntos por el Cambio que advirtió sobre una “bomba de la deuda en pesos”? Esa discusión muestra y esconde cuestiones centrales de la política y de la economía, pero también revela cómo es el abordaje que el oficialismo y la oposición tienen sobre una cuestión medular para el Estado, que es el crédito público y cómo financia sus gastos.

A horas de que se conozca el dato de la inflación de enero -que se la espera más cerca del 6% que del 5%- y a días de la reunión de la mesa política convocada por Alberto Fernández -que además de presidente es titular del PJ- la controversia sobre el contenido de ese comunicado no se apagó durante el fin de semana y sumó nuevos capítulos. No es el único tema relevante, pero quizás el que mejor permite abordar otras novedades.

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Un integrante con fuerte predicamento en la Mesa Nacional de Juntos por el Cambio, que tiene diálogo con las figuras principales de la coalición opositora reconoció con crudeza el sentido de ese documento. “Mostramos una madurez política que no tuvimos en el pasado. Expresamos que vamos en serio a disputar el poder, a contar lo que está pasando en la economía y no esconder los problemas que está amontonando este gobierno. Lo transmitimos primero al peronismo, al círculo rojo, a los empresarios, y también al FMI”, me explicó este reconocido dirigente, que prefiere la reserva antes que los micrófonos y las fotos.

Para este núcleo más ligado a los halcones que a las palomas -una nomenclatura de renovada vigencia en JxC, te cuento por qué más abajo- el Fondo Monetario le aflojó al kirchnerismo la presión por cuestiones políticas más que económicas. “Los números se están poniendo peor y el FMI no encendió ni una luz roja, todo lo contrario”, agregó.

reunion mesa nacional juntos por el cambio 06-02-23
La foto oficial de la reunión de la Mesa Nacional que difundió Juntos por el Cambio

Según esa mirada, el objetivo de incluir el concepto “bomba de la deuda” apuntó a empezar a “moldear la herencia que va a recibir Juntos por el Cambio desde ahora”. Y desdramatizó la reacción “natural” del Ministerio de Economía, de economistas vinculados al oficialismo e, incluso, de sectores moderados, principalmente del radicalismo. “Hicieron la obvia, decir que somos golpistas o desestabilizadores, pero se hicieron los distraídos en explicar qué solución tienen para la pared de vencimientos que están dejando para el año que viene y los siguientes, que va a ser peor que la que dejamos nosotros”, continuó.

Golpistas malos y de los otros

En esa línea auto exculpatoria, otra fuente recordó las dos reuniones que tuvo Alberto Fernández, en junio de 2019, como candidato, y en agosto, después de la victoria aplastante en las PASO. “Las dos veces y ante los mismos interlocutores, Alberto dijo cosas que aceleraron la estampida de inversores, de los más grandes, a los más chicos”.

El economista Emmanuel Álvarez Agis reveló las conversaciones reservadas y las gestiones de los integrantes del equipo económico de Macri para que Alberto Fernández emitiera declaraciones que tranquilizaran a los mercados y se evitaron un crack en plena transición de 2019. En lo que no abundó el titular de la consultora PxQ fue en la resistencia activa del kirchnerismo a esa decisión.

En una entrevista de más de tres horas con el periodista Tomás Rebord, en noviembre pasado, el diputado Máximo Kirchner lo contó en detalle: “Alberto dice que el dólar vale 60 pesos porque el macrismo le pide que haga eso. Habían perdido las PASO por 15 o 20 puntos no atajaban el problema y Alberto lo dice”. El líder de La Cámpora explicó con claridad que esa definición la dio el presidente electo sin consultar con Cristina Kirchner ni con el resto de la coalición, que querían dejar al gobierno de Cambiemos en caída libre.

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En esta misma línea y los mismos protagonistas, Elisa Carrió, en la entrevista que le hice el sábado habló sobre el tema de la “bomba de la deuda”. Ella tuvo un rol clave para que se aprobara en el Congreso el acuerdo: sin ser diputada, desde su casa de Exaltación de la Cruz redactó un proyecto de ley que terminó siendo la base del que se votó con apoyo de JxC y el rechazo de La Cámpora y de Máximo Kirchner.

“No nos pueden decir golpistas a nosotros que le permitimos aprobar con nuestros votos el acuerdo con el FMI”, me dijo la flamante precandidata presidencial, con renovada centralidad después de sus dichos contra Javier Milei: “Si es presidente, me exilio”.

En el seno de la oposición crece la interpretación de que la sequía -las últimas temperaturas asfixiantes volvieron a secar los suelos de las zonas más fértiles-, la acumulación de importaciones, y la aceleración de los precios, sobre todo por alimentos, van a conformar un panorama económico desalentador: inflación alta, menos dólares y más caros, y un crecimiento ralentizado.

Toda deuda es política

Más allá de la discusión sobre “golpistas”, lo cierto es que Juntos por el Cambio, por primera vez, asumió una posición propia de Mauricio Macri. Llegado de Qatar, después de sacudirse la euforia del campeonato mundial, el ex presidente había empezado a advertir sobre la peligrosa “bomba de deuda en pesos” que se estaba amontonado en las hojas de balance de la Tesorería y del Banco Central.

“Mauricio todavía no va decidir si es o no candidato, pero empieza a mostrar su peso en la narrativa de Juntos por el Cambio. Otra idea que plantea es que el peronismo tiene que ser claramente responsable de todos estos años. Dice que no hay que caer en el juego de siempre de que se dividen, dicen esto no es peronismo, y chau, no son responsables de nada”, agrega esa misma fuente.

De todos modos, aclaran en Juntos por el Cambio: “No vamos a empujar a nadie. Porque si esto explota, no se salva nadie. Le entregamos la llave a Milei”.

Por eso, de a poco empieza a sonar de fondo varias preguntas incómodas: ¿Se banca esta economía frágil una campaña encarnizada? ¿Tolera un calendario electoral tan largo? En enero, en varias de las entrevistas que realicé en la Costa Atlántica a los principales dirigentes de la política argentina les hice estas consultas fuera de micrófono. Ninguno dio una respuesta clara, pero todos reconocieron la pertinencia de hacerse esas preguntas.

Orden cerrado

El comunicado también sirvió para ubicar en el mapa a los propios y a los extraños. Hacia adentro y afuera de las dos coaliciones que gravitan en la política. Para Juntos por el Cambio fue el libreto que planteó una mirada crítica sobre la actualidad y para el Frente de Todos ofreció una excusa para abroquelarse más que en defensa propia en atacar al otro.

La mesa política que este jueves tendrá el Gobierno se entiende en esa lógica de ordenamiento en el ámbito del oficialismo. De hecho, en esa entrevista de noviembre pasado, Máximo Kirchner había pedido que haya una convocatoria tan grande como la que finalmente se concretará a instancias del presidente de la Nación y, a la vez, titular del PJ.

“No necesitamos mesas tan chicas para problemas tan grandes, necesitamos mesas cada vez más grandes, más participativas, que integren. Y entender en la discusión y el debate que no todos tenemos por qué pensar igual, pero sí siempre con la responsabilidad de encontrar un punto de acuerdo”, explicó en ese momento el hijo de Cristina Kirchner, que mencionó al kirchnerismo, al massismo, la CGT, gobernadores, los movimientos sociales, intendentes.

Los tres meses de distancia entre el reclamo explícito y público y su concreción exponen de manera nítida la limitación de Cristina Kirchner para imponer su agenda y prioridades al conjunto del Frente de Todos. En particular, al Presidente.

Más allá de que perdió en el camino a la mayoría de sus aliados en el gabinete, Alberto Fernández impuso su criterio en el acuerdo con el FMI, el rechazo a anular las PASO, la fecha de convocatoria a la mesa política y la paciente defensa de su proyecto de reelección. Es apenas una lista muy corta de las “rebeldías” de Alberto Fernández, un peronista “con vena hippie” que irrita a Cristina, como supo definirse en el acto de junio del año pasado.

En esa mesa, el kirchnerismo se expondrá a una horizontalidad desconocida y a la confirmación de que interpreta una partitura que están dispuestos a ejecutar menos intérpretes que antes de que la propia vicepresidenta anunciara su decisión irrevocable -hasta ahora- de no ser candidata, a nada.

En ese desconcierto es que cualquiera se anima a anotarse. Del Presidente o Agustín Rossi o Daniel Scioli -por el modesto albertismo-; a Eduardo “Wado” De Pedro -¿será de nuevo “Wadito”, después de la tregua del sábado?- o el chaqueño Jorge Capitanich, por el kirchnerismo; el tucumano Juan Manzur por el PJ; o el militante social Juan Grabois.

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En el universo del Frente de Todos se consumen encuestas que muestran que, desde fines del año pasado, el gobierno nacional viene recuperando algo de potencialidad electoral. Y lo saben también en Juntos por el Cambio. Una golondrina no hace verano, pero te hace levantar la cabeza y mirar al cielo. En este contexto, para el peronismo no es poco.

Sergio Massa -que niega y reniega de su condición de candidato- tiene por delante la ímproba tarea de conseguir carne abundante y barata, cuando faltan vacas y en las carnicerías las remarcaciones son diarias. El peronismo sabe lo que pesa en el voto la parrilla vacía.

Me decía uno de los analistas más destacados y respetados del país: “Juntos por el Cambio se puede dar el lujo de discutir un tiempo más sus diferencias, las candidaturas y alianzas. Pero el Frente de Todos no tiene margen porque gobierna y sus internas perjudican la administración y la vida cotidiana de la gente, de aquellos que los votan y, sobre todo, de los que dudan en volver a hacerlo”.

En este contexto, Cristina Kirchner empieza a sentir el rigor de haber limitado su margen de acción política. Requiere, más que nunca, que la “obliguen” a romper su compromiso de no estar en la boleta para recuperar la tonicidad política que perdió cuando, en conferencia de prensa, pareció levantar bandera blanca y dar síntomas de rendición ante tres jueces de primera instancia que la condenaron a seis años de cárcel e inhabilitación por corrupción.

En los aprestos para el acto del 24 de marzo -cuando se alzarían los kirchneristas “contra la proscripción de CFK”- está el objetivo subyacente de reanimar a una masa de votantes que padecen una silenciosa e inconfesada desilusión. Es que Cristina Kirchner sigue siendo la vicepresidenta de un gobierno con cerca del 50% de pobres, salarios y jubilaciones que lejos de recuperarse siguieron perdiendo ante una inflación inclemente, y aumentos que nunca pudieron empatarle a la escalada de los precios. Se come menos, peor y mal. Y, mientras tanto, ella está en silencio.

Afiches Cristina Kirchner Nuevo Encuentro
Los afiches de Cristina Kirchner que plantean el objetivo de romper la proscripción.

Yo candidato, tú candidato

En Juntos por el Cambio, además del sainete por el explosivo comunicado, quedó claro que hay consenso en un rumbo económico y que es compartido, en lo grueso, por todos. Ni Macri, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Facundo Manes, Gerardo Morales, Miguel Pichetto, y ahora Elisa Carrió se diferencian en lo macro. Puede haber diferencias de velocidad y de modo, pero no en lo substancial.

En el menú están un plan de estabilización, reformas impositivas y laborales, renegociación de la deuda en pesos y dólares, tanto con acreedores privados, como intra sector público y organismos internacionales, recorte de gastos y un sinceramiento de variables centrales. Pero ¿a cuánto tiene que estar el dólar? Nadie quiere responder. Cuando se pasa de los títulos a la letra fina empieza el temblequeo.

Mientras tanto, Mauricio Macri sigue acumulando poder. La colección de fotos patagónicas le dieron una centralidad que disfruta mientras prepara la presentación del 27 de febrero de su libro “Para qué”, en Rosario, una bella ciudad sacudida por la violencia narco y convertida en el imaginario en tierra de nadie. Al día siguiente se irá a Bologna, Italia, donde expondrá sobre liderazgo político y gobernanza en la universidad de esa ciudad, la más antigua de Europa. Luego seguirá con actividades vinculadas a la presidencia de la Fundación FIFA.

“Va estar conectado, como siempre. A la vuelta, en marzo, seguro que empezará el tiempo de las definiciones”, me contó uno de sus colaboradores.

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Después de la primera semana del mes que viene estará también el lanzamiento de las candidaturas de Morales y de Manes, en el ámbito de la UCR. ¿Será el archivo definitivo de las fórmulas mixtas, de un PRO y un radical? Nadie niega que sea, en realidad, la escenificación final para cerrar un acuerdo global, que contemple, también, repartos de bancas y curules varios.

“Mauricio se crio en una cuna de poder. Veo difícil que acepte que lo metan en una vitrina y le digan que recorra el mundo a cuenta y cargo del gobierno argentino. Va a querer incidir. Está en el libro”, respondió uno de sus colaboradores más cercanos de antes y después del gobierno de Cambiemos.

Pero hay otra mirada de lo que representa a Macri y los motivos por los que mantiene una centralidad decisiva en Juntos por el Cambio: “Mauricio es como un auto nuevo cero kilómetro que al 55% de la sociedad no le gusta. Tiene un valor determinado porque todavía está en la concesionaria, pero cuando salga, es decir cuando diga si va a ser o no va a ser candidato, en ese momento, pierde el 30% de su valor presente”, ejemplifica otro de los analistas consultado para esta columna.

En la pelea de fondo del PRO, la que protagonizan Bullrich y Larreta, ya no quedó espacio para las palomas. La narrativa y la lógica de confrontación con el gobierno nacional viene adquiriendo un carácter más confrontativo que impide, entre otras cosas, el funcionamiento del Congreso Nacional.

En el bullrichismo interpretaron la aparición de Carrió en la campaña como una estrategia del larretismo para limar la figura de la ex ministra de Macri. En el reportaje con Infobae, si bien se cuidó la líder de la Coalición Cívica de nombrar o cuestionarla, se desmarcó de cada una de las ideas que planteó.

“No quiero un Bolsonaro. No se puede ir a una guerra civil. No quiero guillotina”, fueron algunas de las frases que pronunció Carrió. ¿Será la espada de Larreta? Todavía no está saldado el “incidente Marcelo D’Alessandro”, el ministro de Seguridad porteño que fue corrido de su cargo tras una operación clandestina de espionaje, que expuso comunicaciones que revelarían inconductas.

El desafío al que se enfrenta Juntos por el Cambio tiene una magnitud que Carrió empezó a poner en palabras. En la oposición no ocurre lo que sí pasa en el Frente de Todos: las distintas candidaturas terminan sumando a la “gran marca” que los agrupa. Esto no pasa en JxC: en la interna opositora no todos los que votan a Larreta están dispuestos a votar a Bullrich y viceversa. Ese fenómeno se agudiza en el caso de Macri, que tiene por ahora un piso alto de votos pero también un nivel aún más alto de quienes nunca lo votarían.

Con esto, surge un escenario nuevo, que de un bicoalicionismo se pasa a tres grandes “familias” de votantes: la primera gran “familia” es la del Frente de Todos, que agrupa al votante del kirchnerismo y de agrupaciones de izquierda y centro izquierda que -si bien no votarían juntas en primera vuelta- sí lo harían en un posible balotaje. La segunda “familia” es la del PRO de Larreta, Vidal, el radicalismo, el socialismo y el Peronismo no K, que repiten el mismo esquema que en el caso anterior. Y la tercera “familia” es la que más desafía a la oposición: agrupa a los que votan a Macri, Patricia Bullrich, Pichetto y Javier Milei. Esos últimos son los más reacios a votar la variante de centro y que podrían, directamente, no participar de un balotaje.

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Javier Milei complica más a Juntos por el Cambio que al kirchnerismo. (foto Alejandro Beltrame)

¿Y la ciudad de Buenos Aires?

En la entrevista, Ricardo López Murphy pareció sumarse a la extensa lista de oficialistas y filo cambiemistas anotados para suceder a Horacio Rodríguez Larreta, pero donde persiste una de las dudas centrales del calendario electoral.

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Aunque en Uspallata la respuesta es “no estamos pensando en eso”, fuentes de trato diario con el jefe de gobierno admiten que lo más probable es que se separen los comicios porteños de los nacionales, pero dejando a la primera vuelta local entre las PASO y las generales en las que se elige presidente.

Podría ser a fines de julio las PASO porteñas, el 13 de agosto las PASO nacionales, luego las generales de la ciudad de Buenos Aires, y el 22 de octubre las generales nacionales, luego el balotaje porteño y finalmente, en noviembre, la segunda vuelta nacional. La legislación vigente establece esas fechas para el proceso electoral nacional y, en base a eso es que los Ejecutivos locales deciden ir juntos o separados. Salvo la provincia de Buenos Aires, que está impedida por ley a despegarlas. Ya está confirmado que entre abril y mayo votarán 10 provincias. Todavía están indefinidas las fechas de Corrientes, Santa Cruz y Córdoba.

De todos modos, la definición sobre la fecha porteña tiene un impacto de primer orden en la lógica general de Juntos por el Cambio: Macri tiene entre sus prioridades preservar para el PRO -en rigor para su primo Jorge- el bastión político donde se inició todo: la ciudad de Buenos Aires. No quiere repetir la experiencia de Boca Juniors, su otra “patria”, que perdió y quedó en manos de Román Riquelme. Todavía lo lamenta.

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