Letras en el baile: los “maestros” de La Mona Jiménez

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Desde hace más de 25 años, La Mona Jiménez inventó un idioma propio de señas para identificar los barrios y lugares de donde vienen sus bailarines. Cada barriada tiene el suyo y se identifica para hacerse ver en el baile. 

Sin embargo, en este espacio La Mona maneja otro lenguaje especial que va más allá de los barrios y que tiene un origen muy arraigado a lo marginal pero que se extendió al resto del público. Se trata de un abecedario propio, distinto a la lengua de señas que utilizan los sordomudos, con el que el artista puede leer nombres propios o decirle lo que quiera a su público y que tiene una historia particular con sus protagonistas.

Pibes de barrio

Todo empezó en el año 97′, con un grupo de amigos de Barrio Güemes que, como casi todos en la zona, seguían siempre a La Mona. Tenían entre 13 y 17 años, unos «pibitos», que se criaron en un contexto urbano, de calle, con la cárcel de Güemes ahí nomás. 

Allí conocieron lo que se denomina en la calle como «el lenguaje de la cárcel», señas propias creadas por los presos para comunicarse patio de por medio con las otras celdas, y que los guardias no los puedan «leer». 

Ese abecedario se aprendía también en los pasillos de Güemes, juntándose con los más grandes, amigos, familiares o la gente del barrio que pasó por situaciones de encierro. 

Fue una tía de uno de los chicos la que les tiró la idea: «Che, ustedes que van siempre al baile, por qué no le hablan a La Mona así». Y de tanto insistir un día el Mandamás los vio. «Esas señas las conozco, vengan a hablar conmigo después del baile«, les dijo desde el escenario. 

Ya en camarines, el artista les pidió que le enseñen a decir frases para su gente, esos que iban a verlo, que se identificaban con sus letras, que tenían mucho para decir pero que pocos escuchaban. «Al principio él nos pedía que le mostremos cómo decir ‘los quiero’ y después eso se empezó a usar para los nombres», cuenta Raúl, conocido en el baile como «Tazmania». 

Durante más de un año, los chicos fueron los «maestros» de Jiménez. Iban una hora antes del baile, en las pausas o se quedaban después para darle clases de esta especie de «abecedario tumbero». Así, forjaron una relación muy cercana con su ídolo que, a más de 20 años los sigue mencionando cada vez que los ve. 

«Esto nació en nosotros, pero Jiménez siguió y se potenció en generaciones posteriores. Se dio, fue y trascendió gracias al señor Carlos Jiménez Rufino, ahora es de él», reflexiona Willy.

(Fuente: Cuarteteando)